20 marzo 2015

Para qué sirve la poesía?



Por: Jorge Luís Peña Reyes

La poesía es el acto de desnudar la palabra de todo ropaje soez. Es convertir el vocablo en universo, repartirlo y extenderlo más allá de la gramática habitual.

Las palabras se dañan con la rusticidad de lo cotidiano, quedan restringidas a la utilidad de definir y convocar. Solo la poesía es capaz de dinamitar su estrechez e incorporarle las alas con que nacieron en aquel primer deslumbramiento del hombre, cuando era preciso nombrar lo tangible y lo inmaterial. Si esa arquitectura que es el poema no existiera, entonces la música se bastaría para recordarle a la humanidad su capacidad de inquietarse ante el hecho creativo. Así, la poesía  incluye ese componente armónico y vital para la danza de los cuerpos con su  cadencia genésica ya olvidada, y el baile: su hijo menor, es cada día más rápido y menos sensual.

La poesía ha perdido el atractivo en un mundo de mercado porque el hombre moderno evita sensibilizarse, hacerse débil, enfrentarse cara a cara con su alma y evade cualquier instante para dialogar en su vacío, por eso prefiere del cine, el golpe inesperado, la sordidez de las historias de suspenso, la ilación de una conducta ajena que exprese su libertad en expansión.

No así la poesía que  exige  entrega, creación conjunta con el poeta, intimidad y sobre todo le pide una cuota de honestidad para hacer posible el diálogo.

Queda la poesía a veces limitada al cortejo, al interés por conquistar al semejante y es ahí cuando el ser humano que casi nunca intenta expresar su singular debilidad, pide prestado al poeta aquel trozo de  vida,  válido para retratar el conflicto propio del autor y eficaz para servir  con el mismo propósito e intensidad a generaciones sucesivas.

Cuando se logra la posesión, la poesía deja de ser ese instrumento que valió para la  conquista y se enmohece en el librero o en el ejercicio diario, pese a su utilidad de inquietar el espíritu. 

No ha podido el ser  humano descubrir que la propaganda se vale de ella, para reducirlo a un animal que consume sin equilibrios, como si la humanidad hubiera involucionado a una etapa inferior, hasta convertirse en una maquinaria voraz que necesita constantemente despojarse de su condición solidaria.

La poesía no es una novia plagada de remilgos, es un extraño animal de fuerza propia que si le saben besar produce cánticos, que si le saben espolear genera ansias.

La poesía  saja, resucita, hunde, anima, escruta, devuelve, posee, porque tal es su naturaleza mística.

El poeta que en otro tiempo gobernaba por su virtuosismo, por traer ante el auditorio la belleza de la creación y el vuelo de la palabra, ahora es un animal solitario que construye desde una experiencia subversiva, con la fe de que alguien comprenda su no pertenencia a estos tiempos. Y le perdone o lo estime.

0 comentarios:

Publicar un comentario