25 abril 2014


La buena lluvia de Puerto Blanco 



Por: Jorge Luis Peña Reyes
Responder preguntas complejas es una esencia en la literatura para niños de todos los tiempos. No se puede estar ajeno a esas demandas “infantiles” porque nadie puede eludir tanto compromiso. Así que la narrativa o la poesía para estos destinatarios no puede verse siempre  desde la óptica del valor  instrumental, sino como una responsabilidad de los autores para  responder, mediar u orientar  a los pequeños  en situaciones tan complejas como la muerte, la emigración, la preferencia sexual o el divorcio, entre muchos agentes o circunstancias de conflicto.
El realismo en la literatura cubana para niños tiene varios paradigmas y ninguno resulta ineficaz si hablamos de públicos. No conviene englobar a nuestros lectores en una masa homogénea, si acaso clasificada por la edad.
Este reto de escribir para seducir también al adulto y llegarse a las preferencias del niño urbano o rural, en tanto tratamos de que nuestra literatura también se lea más allá de la frontera, donde los niños tienen más información que nosotros; nos lleva a reflexionar con profundidad no solo en qué escribir sino cómo hacerlo desde la sugerencia.
El enfoque de Carlos Zamora en su libro A Puerto blanco no llegan las lluvias, premio de la ciudad de Matanzas 2013, me parece una fórmula efectiva en tanto los niños son parte de un hogar que comienza a resquebrajarse y cuya trama intenta más que la reconciliación del matrimonio, penetrar en el deterioro de la relación vista desde los infantes sin esa etiqueta que habitualmente los asume como  víctimas, en una mirada que no siempre es real si los padres siguen siéndolo desde la distancia.
La estructuración  a través de capítulos cortos hace muy amena la lectura de una trama que teje con austeridad  la alfombra y que no regala, sino que invita a descubrir la disfuncionalidad de un hogar que además atraviesa otro distanciamiento sin remedio que es la muerte de la abuela.
Un logro muy notable en esta novela corta es la capacidad del autor para describir la psicología del niño desde una ingenuidad que aporta miradas polisémicas y universales  sobre diversos asuntos como las crisis, la separación y las relaciones de pareja, a las que los niños nunca se acercan con miradas ajenas, elementos que resultan de mucha verosimilitud en la construcción de estos protagónicos.
A través de toda la obra puede reconocerse a un autor seguro de su elaboración creadora con diálogos significativos que constituyen descansos oportunos de la narración en primera persona que puede tender, si las bridas no se retienen con cuidado, al añoñamiento o al coloquialismo desenfrenado e intrascendente.
No obstante, estos hermanos que tienen diferencia de género y probablemente de edad, pudieron en sus respectivas miradas mostrar visiones  distintas  acerca de esa inminente lluvia , mostrada a lo largo del relato como recios nubarrones, -no para ellos, sino para el lector- que amenazaban la integridad del hogar.
A pesar de ser el testigo, un narrador limitado, hay en Carlos una preocupación constante por describir con alta dosis de ternura los intereses del niño y de fabular alrededor de vivencias que revelan el entorno mágico de Puerto Blanco, cuestión  que se afianza muy bien a la caracterización de un padre que tiene como  oficio el de investigador, inquieto y ávido por abrirse a esos valores universales que trascienden contextos de crisis, sin dedicarle demasiada importancia a esta circunstancia, pero como un elemento que en ocasiones agudiza el conflicto.
Hay un referente  martiano importante durante toda la novela, del cual no puede ni quiere desligarse su autor, como una cámara inquieta que penetra de un lado a otro para extraer lo mejor de cada escena.
La fabulación se muestra aquí, de un modo eficaz para establecer relaciones simbólicas entre los diversos acontecimientos. Destaco el capítulo que describe la invasión de los cangrejos y que remite a la enfermedad de la abuela, además del deterioro físico de una habitación por donde atacan otros males que terminan por afectar la casa y el hogar.
En los tiempos que corren es difícil crear una historia interesante sin recurrir a los clásicos y es que la modernidad arrastra con ella una sarta de complejidades que no siempre son atractivas para estos públicos.
No hay aquí rivalidades entre  villanos y buenos, ni los antivalores se imponen de forma tal que ayuden a crear luces y sombras.
Estamos ante una historia moderna, en el que las circunstancias dejan su huella y no siempre se puede salir airoso, pese a las implicaciones de la separación.
A Puerto blanco no llegan las lluvias es una novela de atmósfera, de ambientes tensos, con la asistencia del humor, la fabulación y la ternura,  donde  todo se fusiona con exactitud y eficacia.  

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