07 julio 2011

A la espalda de mi padre





A la espalda de mi padre 

Cuando niño, mi padre me llevaba con relativa frecuencia a conocer cosas. Era un excelente maestro durante esas visitas dominicales que escogía con reposada calma. Casi todas se centraban en cuestiones de absoluta importancia para mí. No sé cómo podía responder a esa sed de preguntas que parecían concatenarse en mí con desenfreno, lo cierto es que cada paseo era una suerte para el descubrimiento personal. En su motocicleta recorríamos grandes extensiones alrededor de mi pueblo y a menudo nos deteníamos a cazar cangrejos en medio de las barrancas, luego llegaba a casa con una aventura que se extendía por varias semanas, hasta que como niño me cansaba de brindarle protección a esos animales sustentados con yerbas que colectábamos juntos. Así llegaron a mi vida los peces, los conejos y en fin, me creció un amor por los animales que desembocó primero en un círculo para aficionados a la veterinaria y luego se abrió en lo que para mí fue la gran pasión, la biología. Si cuando niño prendía reptiles con alfileres y les practicaba intervenciones quirúrgicas de probada complejidad, ya en los primeros años de mi carrera me sorprendía haciendo lo mismo con una curiosidad mucho más académica, pero tan infantil que en mi mente más de una vez se cruzaron las escenas.
Luego aquella fiesta de libros en mi pueblo era un vivo deseo de adquirir conocimientos de ciencia acerca de los animales y las plantas. Ya en la universidad los seres vivos eran la principal prueba sobre la existencia de Dios.
Estudiar con detenimiento el ojo humano, por ejemplo, era para mí la más profunda experiencia religiosa que se desplegaba ante mí para sembrarme una fe irrebatible.
Ya mi vida poco tiene que ver con enseñarles a otros biología, la literatura vino a sacarme del camino, supliéndome una pasión todavía más enfermiza. Pero todavía miro los gruesos volúmenes de ciencias biológicas en el librero y siento añoranza. Cuando escribo para niños y abordo el tema de los animales lo hago como si el niño que me corre dentro fuera al mismo tiempo besándole la espalda a mi padre en busca de más aventuras dominicales. Dios sigue estando donde mismo, y la creación me habla de él con denuedo.


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